sábado, 26 de septiembre de 2009

PUEBLO PERDIDO


TITULO 3
HISTORIAS DE PUEBLO
CAPITULO IV

LA CAVERNA DE LOS PERDIDOS

Por la espesa vegetación, los jóvenes avanzan de prisa, el sol parece esquivo y pronto se hundirá por muchas horas en el imponente Quillayquén. La caminata ha sido extenuante, su búsqueda final de algún indicio de oro infructuosa y la oscuridad que se avecina les atemoriza.

Están muy lejos de sus casas y además deberán cruzar el río loco antes de sentirse a salvo. El puma hambriento y las historias de maleficios y brujas les revuelven el estómago, en definitiva están perdidos. Sin huellas, sin referente geográfico seguro, están al borde de la desesperación.

Tras largas discusiones y recorridos del bosque en círculos, han decidido que pasarán la noche en aquel lejano lugar, al otro lado del cerro Millahue, donde sólo los indios saben caminar tranquilos.

Ya hace muchas horas que dejaron atrás la pirca de rocas que marca el límite de lo conocido y se han adentrado a los bosques vírgenes, creyendo que se trata de un bosque más. Pero no es así.

Con suerte la luna los acompaña en sus penurias, pero entre tanto árbol frondoso poco les ayuda en su inseguro paso. El canto de los búhos y las lechuzas les eriza la piel y ya comienzan a contarse historias de terror.
- A ver si se nos aparece la llorona, como a don Pancho...
Los cuatro jóvenes restantes que escuchan el comentario frenan su marcha y dirigen sus miradas de interrogación a tan imprudente sujeto.
- Si pues, hace algunos años, se perdió por estos lados y se le apareció una mujer hermosa, mojada en llanto que le habló y le dijo que se le había perdido su hijito de escasos meses de vida.
-Él al principio creyó que se trataba de una señora perdida o medio loca, pero cuando le quiso tomar de una mano para tranquilizarla, sintió que tomaba un fierro frío, como la escarcha de agosto.... después de eso desapareció ante sus ojos y ante su terror.... Cuentan que se hizo de todo en los pantalones y que no salió de su casa nunca más sin sol sobre su cabeza.

Los jóvenes no dan respiro suave, los nervios ya les están haciendo ver sombras entre los árboles, cuando de pronto, ante sus ojos, asoma una oscura caverna que sigue a un claro. La luna ha dejado caer su manto diáfano sobre esa zona para que los inexpertos exploradores se acerquen. Los cinco jóvenes se miran trémulos pero presas de curiosidad. Qué lugar será ese, talvés un refugio, quizá la guarida de cuatreros o animales salvajes. Sin embargo, parece el lugar más apropiado para pasar la noche.

Tras una pequeña fogata de ramas y troncos secos recogidos en los alrededores, los cinco muchachos se disponen a descansar, sentados al calor de las llamas, cuentan sus historias y se relajan.
- Mañana con luz del día hallaremos el camino a casa, no se preocupen. Dice el mayor de ellos.
-Eso espero. Repite el resto y se disponen a dormir.

Al día siguiente, y cuando el sol lanza sus primeros rayos sobre el bosque, los aventureros jóvenes con gran sorpresa descubren que la caverna es bastante más extensa de lo que creían y se disponen a explorarla antes de regresar a casa. Luego se darán cuenta que ha sido un gran error. Cuando llevaban más de media hora avanzando con antorchas rústicamente elaboradas para tal improvisada aventura, se percatan que al querer regresar hay muchas rutas posibles, de modo tal que forman un gran laberinto.

Después de muchas discusiones y tras haber llegado a más lugares con múltiples vías posibles de salida, han decidido separarse, con el compromiso de regresar para buscar al resto. En ese camino sinuoso y hostil, aparecen los huesos secos de animales y humanos anteriormente perdidos, lo que desanima a los jóvenes que caen en la más rotunda desesperación.

Tras horas luchando por salir, las antorchas se apagan y las esperanzas de salir de esa trampa natural se desvanecen y caen rendidos. Sólo uno de ellos encuentra la salida, pero no recuerda cómo, por lo que no regresa por sus amigos y decide correr al pueblo más cercano a buscar ayuda. Pero eso llevará horas, quizá días.

Dos días después, un grupo de personas vuelven al lugar a rescatar a los jóvenes, aperados de cuerdas y estacas para señalizar el camino, pero no los hallaron. Las cuerdas se acabaron, las estacas también y sólo había ante ellos cientos de kilómetros por recorrer aún y en todas direcciones.

Un día gris, como cualquiera, los lugareños vuelven a sus casas desolados, ni la sopa caliente que les espera en casa arreglará sus almas dolidas. No han sido capaces de salvar a cuatro jóvenes que seguramente siguen adentrándose en las entrañas de esas tierras, ahora tan poco generosas y tan misteriosas.


2 comentarios:

Álvaro dijo...

Gracias por pasarte por mí blog y dejar huella. Espero dejarte comentarios, y que tú me los dejes a mi.

Saludos y gracias

Alma Mateos Taborda dijo...

Ha sido un honor leerte. Tienes absoluta calidad para el relato y conmueves con el argumento. Excelente! Felicitaciones!!