sábado, 21 de marzo de 2009

PUEBLO PERDIDO


TITULO 1º

BAJO LA SOMBRA DEL QUILLAYQUÉN

CAPÍTULO V

MONEDAS DE AZOTES

"LA AVARICIA DEL HOMBRE SÓLO SE CONDENA EN LOS POBRES"

La primavera quedó atrás en la Hacienda de Nuestra Señora de Coltauco, las flores fueron reemplazadas por los frutos y los frios matinales paulatinamente se disiparon.

Don José ha notado que la población de inquilinos y trabajadores temporeros ha crecido y ha ordenado correr la voz de que todos pueden asentarse en sus tierras, siempre y cuando presten sus servicios laborales para él. A todos les ha parecido justo, menos a la familia Pérez, que dada su experiencia de viajeros alrededor del mundo, saben que en otros lares se da un salario por su trabajo.

La familia está integrada por los hermanos Francisco y Melchor y sus respectivas cónyuges e hijos infantes, aún no bautizados como de costumbre.

Don Francisco, con su acostumbrada caballerosidad, ha elegido su mejor atuendo de salida para hacer una visita al ilustre patrón para discutir sus sueldos, aquel, sin saber cual sería el propósito de tal visita, ha accedido a conversar con tan distinguido caballero. Sin embargo, a poco andar, ha notado que tan ataviada visita desea desordenar su sistema económico y se ha sentido incómodo. En un acto de arrebato, ha descolgado su sable familiar colgado en la pared junto a su escudo y ha proferido contra don Francisco amenazadoras palabras, talvés creyendo que eso bastaría para provocar su huída. Pero hay hombres hechos de carácter y que su orgullo los manda. La respuesta no fue la esperada y el piso de lujoso ladrillo terracota se mancha de sangre... Los hombres poderosos se sienten ofendidos cuando otro mortal les exige lo que no han siquiera pensado en dar.

Con exaltado espanto, el personal doméstico ve morir al visitante, sin auxilio, y entre extraños. El patrón con arrogante desdén ordena con un gesto de brazos que sea retirado el cadáver. Pronto un grupo de campesinos lo entierra bajó un apartado canelo, donde nadie llegue.

Al día siguiente, Don Melchor preocupado por su hermano, se acerca a la casa patronal junto a su familia y cuñada para recibir noticias, pero son retenidos por un grupo de lugareños y llevados a la plaza para ser azotados frente a la capilla a la hora de salida de los feligreses de la primera misa... tras tan indigno espectáculo, don José llega al lugar y arroja sobre los cuerpos mutilados un par de monedas, marchándose sereno y sin pronunciar frase alguna sobre su furioso corcel. Será el cura quien recordará a sus fieles que no deben abusar de la generosidad del señor José, por que ya los ha protegido bastante como para que vengan a pedirle dinero. Que eso es pecado y que los infieles terminan como la familia Pérez.

El sol sigue su transversal camino, las mujeres cocinan en silencio y los hombres comentan en susurros, mañana será otro día y más vale que éste lo olviden.

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