lunes, 17 de noviembre de 2008

PUEBLO PERDIDO


TITULO 1°

BAJO LA SOMBRA DEL QUILLAYQUÉN

CAPITULO I

EMERGIENDO.

Son tiempos difíciles, los hombres vienen huyendo del norte donde una raza morena como la greda, con lujosos atuendos y armas filosas viajan dirigidos por un hijo del dios sol, recolectando alimentos y minerales para llenar sus bodegas imperiales. Y es que tienen un pueblo hambriento y el Inca debe alimentarlos por mandato de su dios. Muchas familias amigas de mas al norte ya han entregado sus cocechas y sus vidas al servicio del imperio del hijo del sol y fueron llevados a tierras lejanas y desconocidas para servirle bien., dejando una estela de soledad y sangre en su camino.

El sendero se estrecha, en el deseo imperioso de no dejar rastros, la pequeña tribu decide seguir la ruta del río, que con su serpenteante figura plateada riega las verdes praderas de aquel montañoso lugar.

Colqui, el más viejo de todos, con sudor en su rostro y temblorosa mano agarrotada al bastón de coligüe, decide que todo el grupo se tomará un descanso... es tarde, han caminado todo el día, las mujeres y los niños están cansados... y hace mucho frio, la primavera aún no llega y todo escasea, las plantas frutales no aportarán sus ricos frutos hasta varios meses más y los enemigos del norte avanzan rápido como el viento.

A la luz de una débil fogata bajo una ruca de árboles que las bestías han cosntruído con sus lomos, la pequeña tribu trata de reponer fuerzas. Se cuentan historias de los hombres morenos, de como mascando una hoja verde logran caminar semanas enteras sin dormir, de cómo someten a sus amigos, los más refinados alfareros y de como imponen sus reglas. Lamentan la posibilidad de un futuro lejos de los suyos, sirviendo como esclavos a un señor desconocido, a un dios que no es el suyo, a una cultura que no les respeta su derecho sagrado a vivir y cultivar sus verduras y papas y honrar con ello a su madre tierra.

Las mujeres lloran en silencio, abandonaron sus hermosas praderas a la orilla del rio que riega los pies del cerro huelén y ahora vagan sin destino. Los adultos bajan sus cabezas, su orgullo guerrero está a prueba y desean unirse a los fieros habitantes que habitan al sur del grán rio, que ellos sólo conocen de leyendas antiguas. Esa ilusión los mantiene vivos, pero temerosos de perder la fe.

Colqui trata de subir la moral a los suyos, los conoce a todos de niños, cuando fueron traídos al mundo por la partera del grupo, ya fallecida. Los recuerda felices, sin temores y con un gran afecto por la tierra que poblaban.

Pasan las horas y el cielo oscuro lanza sus primeras estrellas, las mujeres piden a sus ancestros que tal como iluminan sus noches iluminen el camino de los suyos en vida y que no los condenen a desaparecer de este paraíso. El pequeño Poqui lanza en mano observa, él sueña con dirigir a su pueblo un día como el sabio Colqui, Pero es el jóven quillayquén el designado jefe de guerreros y nadie sabe donde está. Lo vieron salir de la aldea semanas antes de que todos abandonaran sus hogares hacia el sur. El les prometió salvar a su pueblo y aceptar cualquier sacrificio de los dioses para conseguirlo. Su pueblo deposita en él una tremenda esperanza y una ciega fe de que con su fuerza habitual los defenderá de cien guerreros enemigos. El joven toqui no ha regresado aún de su largo viaje, por lo que su gente seguirá tras sus pasos hasta encontrarlo y sentirse seguros al fin.

A la mañana siguiente, tras desatarse la tormenta lluviosa, a lo lejos y tras la huella que deja el sol, se siente el silvido del toqui advirtiendo a su pueblo que el enemigo se acerca. Los hombres levantan con sigilo sus lanzas de coligüe, sus arcos y flechas y se agrupan tras los árboles del bosque. las mujeres gritan y aprietan contra su pecho a los niños, la batalla es inminente. Rayos caen sobre el campo de batalla, presagio de los dioses sureños, rechazando la agresiva penetración enemiga, pero esto no auyenta a los morenos que creen tener un dios mas fuerte. El toqui Quillayquén a paso seguro emerge de entre la espesa vegetación y arenga a su tribu: "No hay salida, no hay huida, la sangre decidirá quien sigue pisando estas praderas, la sangre debe derramarse más en el enemigo". Los adultos lo acompañan temerosos, el enemigo es cuantioso, sus armas más filosas y sus energías mayores. Sólo les queda la fe y el coraje de los que saben que no tienen otro camino. Las horas pasan, los soldados del demonio luchan con sed de sangre, los fugitivos resisten, el toqui ya ha matado a sus cien rivales y su alma ya escapa de su cuerpo vigoroso. Entonces el infante Poqui arremete con su lanza y mazo de piedra y tronco de arbol, dispuesto a eliminar a sus cien enemigos, pero las batallas no son un eden y las vidas se pierden como la luz de las estrellas en el universo. Los dioses premiando la promesa del joven toqui y el coraje del niño Poqui, toman sus vidas y hacen emerger dos imponentes montañas, atrapando al enemigo en sus entrañas y alejando del peligro a la mermada tribu de alfareros. Así los incas no pudieron volver a esclavizar a esa gente, la cual se amparaba en tan imponentes montañas haciendo desaparecer a las cuadrillas de guerreros que osaban pasar por su sombra. Desde entonces, todos los que habitan esas tierras, están protegidos por los dioses antiguos y bajo la sombra del quillayquén. Y el cerro que lo acompaña, unido a través de su brazo, cobija a los hombres de fe, una vez al año en su extensa y hermosa cumbre. El niño que quizo ser toqui, dejó su rostro mirándonos por siempre desde las alturas y regocijándose de nuestra buena fortuna.

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