lunes, 2 de noviembre de 2009

PUEBLO PERDIDO


TITULO 3
HISTORIAS DE PUEBLO
CAPITULO VI

EL VETERANO DEL 79

Con la caída de las hojas de otoño, el pueblo perdido de Coltauco vio llegar por la extensa carretera de polvo un formidable carruaje tirado por cuatro caballos claros. Se detuvo frente a la oficina de correos y luego de unos instantes, bajó de él un sujeto fornido, de mediana estatura y piel clara pero tostada con el fuerte sol pampino. Era José Manuel Lantadilla, el niño que vio nacer el pueblo un invierno lluvioso en casa de sus padres, humildes como todos en aquel lugar. El mismo jóven que enamoró a cuanta doncella conocía y el mismo que al cumplir 15 años se las emprendió al norte a trabajar en las minas de plata de Antofagasta.

Lo había convencido un viajero errante, que de vividor y trotamundo tenía mucho. Él, joven entusiasta y decepcionado de la tradición de heredar el mismo trabajo de su padre, quizo probar fortuna y salió un día silencioso, apenas cantaba el gallo al amanecer, tras su sueño de aventura.

Después de un largo viaje por barco, pisó tierras secas, donde el sol nunca es interrumpido por la lluvia y donde el pasto verde es sólo un recuerdo de los que llegan. Las Minas estaban llenas de chilenos trabajando para capitalistas ingleses, en su mayoría, que preferían a gente blanca, no a los morenos del país dueño de esas tierras que acostumbraban más ejercer el comercio que el trabajo apatronado.

El jóven José Manuel, con su acostumbrado esfuerzo destacó pronto como un buen minero y se ganó el afecto de todos los compañeros y capataces. Pero no eran buenos tiempos. Muy pronto una guerra se desató precisamente en esas tierras y todos sus compañeros se enrolaron casi a la fuerza en una división del ejercito chileno para combatir a los bolivianos.

Lo que comenzó con una simple pelea por un aumento de impuestos a la producción minera, acabó extenmdiéndose por más de cinco años y ya su vida de minero pasó a ser vida de soldado. En su vida, jamás había matado, la chupilca del diablo, bebida de aguardiente y pólvora, lo ayudaba a enloquecer y matar sin piedad. Lo que llamaban patriotismo, pasó a ser pesadillas. Por las noches no dormía y sus recuerdos de anteriores amigos Bolivianos, la señora de la posada y la cocinera guapa daban vueltas en su cabeza. todos ellos muertos un día por la ira de sus compañeros. La guerra no era sólo entre soldados y eso nunca lo consoló.

El alcalde del pueblo contrató una orquesta de músicos para recibirlo como héroe. La guerra había terminado y el honorable veterano de guerra sólo deseaba que todos lo olvidaran. Sus seres queridos en tan larga campaña por los desiertos y cierra peruana habían muerto casi todos y el horror de la sangre perdida y cuerpos mutilados en el campo de batalla lo enloquecieron para siempre.

Una lágrima corrió por su mejilla rojiza por el sol y la sal. El pueblo creyó que era emoción por tan notable recibimiento, pero lloraba a sus muertos. Los adultos elevaban al aire sus sombreros elegantes y lo vitoreaban, las mujeres alzaban sus pañuelos blancos con circulares movimientos, los niños lo abrazaban con admiración, pero él veía en sus rostros, los cuerpos sangrantes de aquellos pequeños que dejó huérfanos. Cada soldado que moría, en cada bando, dejaba familias solas. Cada vida dejada en el desierto caluroso, sólo valía para los empresarios y el orgullo patriota mal entendido.

Un grito de molestia, una expresión de tortura acabó con la música de orquesta. Los curiosos se asustaron, el viajero rogó con ira en sus ojos que no siguieran montando tan patético espectáculo.
- He vuelto para vivir tranquilo... no quiero bullicios... dejadme en paz!
El alcalde molesto ordenó retirarse a todos y ofreció disculpas a todos, pero no al veterano, que se encerró en su casa por años, escribiendo sus memorias con el único afán de olvidar. Su pluma ya gastada de rozar el papel, fue testigo de tanto sufrir. Las hojas rara vez se salvaban del fuego de la hoguera que calentaba sus heridas y fracturados huesos. La guerra rasgó sus carnes, maltrató sus huesos y mató su alma... su espíritu de jóven alegre y seductor, su fama de hijo trabajador y noble amigo. La soledad le acompañó en su largo duelo de escrituras sobre cientos de hojas quemadas al caer la noche.

Cuentan que un día su vieja madre, por mera curiosidad, rescató una de las hojas escritas por su hijo y luego de leerla lloró por meses. Nadie pudo saber lo que pasó, lo que sintió, por que hasta su madre prefirió quemar aquellos textos olvidados por tan triste cronista, de una guerra que llegó a su vida, para llevársela por completo.

A su muerte el gobierno le dió a su familia un montepío que duró generaciones, las mismas que pudieron decir con el paso de los años, con orgullo, que uno de sus antepasados había estado en la guerra del 79, había sobrevivido y era un héroe.

4 comentarios:

Anne dijo...

La guerra, transforma, las almas y las mentes, de quien les toca la peor parte, que es la de luchar, matar a sus pares. . . a otros hombres, . . . .que triste, lo que relatas, y es la cronica de todo soldado, independiente del lugar y del tiempo. . . la gran mayoria vuelve como tu veterano del 79.-

Muchos cariños

Anne

el portero dijo...

annita, mi lectora fiel, es cierto que mis relatos no son muy felices, pero es que no puedo evitar dar una mirada crítica y realista de las cosas ante un mundo hipnotizado por lo superficial. Cada vez más la gente aprecia las cosas dolorosas con una tolerancia ciega. Personas como tu, como yo, ya sabemos esas cosas, pero lamentablemente muchos otros no se detienen a observar los verdaderos matices de esta vida.
gracias por tus visitas y ahi seguiremos visitándonos, que yo tampoco me pierdo tus publicaciones, que son siempre muy buenas. como lo diría un compatriota tuyo "tenés tremendo cerebro y corazón annita". Cariños, muchos cariños.

Mariana dijo...

Siempre es un verdadero encanto pasar por tu blog.Las guerras son las peores heridas del alma.
Un cariño

pais magico dijo...

No hay mas doloroso que el dolor del alma... y eso lo saben provocar muy bien las gerras.

Saludos amigo, feliz domingo.