TITULO 3
HISTORIAS DE PUEBLOCAPÍTULO VIII
LLORA COLTAUCO, LLORA!
El bello paisaje por donde quiera que mires, no aquieta el alma dolida ni tranquiliza tus temores. Coltauco en pleno duelo por las muchas muertes del cólera, es azotada sin piedad por una crisis económica de la post guerra.
Los vecinos argentinos, antaño aliados en la independencia, reclaman la patagonia entonces chilena y la patria se inclina ante ellos por que no hay como defender esas lejanas tierras allende la cordillera de los Andes.
Pero eso es sólo historia. El pueblo tiene hambre y el dinero escasea. Los gobiernos tratan de palear la crisis, pero todos perciben que la guerra se peleó para otros y no para Chile. Los grandes capitales extranjeros han sacado cuentas felices al hacerse del negocio del salitre en las nuevas tierras chilenas y la gente vaga como hormigas en busca de un lugar que sea su oportunidad de salir de la pobreza.
Para colmo de males, se ha prohibido producir y vender el preciado licor de aguardiente, sacado del herbor de las uvas del lugar y bebido por ricos y pobres en la soledad y fria noche de invierno.
La población mayoritaria está en las calles buscando un empleo y siguen llegando afuerinos buscando lo mismo, por que en la ciudad es peor aún, el país está en crisis.
En las haciendas aledañas, se ha despedido gente para ser reemplazada por mano de obra de afuerinos más barata. Así comienza a producirse un curioso negocio de hospedaje. En las casas más modestas, los afuerinos que tienen dinero, pagan por alojarse en una casa de familia y son atendidos por las hijas adolescentes de la mejor manera posible, para que no se vayan tan importantes visitas, que proveen para la casa lo necesario para la modesta subsistencia de todos.
Los hombres en las calles caminan cabizbajo, avergonzados de alojar a un afuerino. Las mujeres sufren en secreto por el destino de sus hijas. Los jóvenes del pueblo, celosos y heridos, buscan la forma de aquietar su ira en la cantina y el comercio ilegal del aguardiente es una gigante bola de nieve.
La familia Zamorano sufre al ver a su gente así y convoca a una reunión urgente con las máximas autoridades. El cura opina que es el mismo diablo que ha llegado al pueblo, el alcalde sólo desea tranquilidad en las calles y nadie reclama por la dignidad perdida.
-esto va a escaparse de control señores
Alega don Francisco, hijo del recordado don Matías Zamorano y encargado de la hacienda más cercana.
-Esta era tierra de patrones e inquilinos... hoy es tierra de nadie. Algo debemos hacer.
Pero a nadie se le ocurre qué.
Hasta que un día triste de verano, luego de una confusa riña en el centro del pueblo, dos cuerpos quedan en nel piso flotando en un charco de sangre. Los hombres son afuerinos y nadie señala a los culpables.
Una semana después de tan lamentable hecho, aparecen en el pueblo ocho sujetos que nadie conoce, entran a la cantina, piden una botella de vino, la rompen en la cabeza de un extraño cualquiera y comienza la pelea. Cuatro muertos. Esta vez lugareños.
Coltauco llora las muertes, llora sus penas... nunca fue un paraíso, pero nunca se aproximó tanto al infierno. Las peleas a cuchilla, hombres con sus entrañas afuera y sangrantes, ebrios machacados, se volvió una costumbre y ya en este campestre sitio, la ley del más fuerte ha llegado.
LLORA COLTAUCO, LLORA!
El bello paisaje por donde quiera que mires, no aquieta el alma dolida ni tranquiliza tus temores. Coltauco en pleno duelo por las muchas muertes del cólera, es azotada sin piedad por una crisis económica de la post guerra.
Los vecinos argentinos, antaño aliados en la independencia, reclaman la patagonia entonces chilena y la patria se inclina ante ellos por que no hay como defender esas lejanas tierras allende la cordillera de los Andes.
Pero eso es sólo historia. El pueblo tiene hambre y el dinero escasea. Los gobiernos tratan de palear la crisis, pero todos perciben que la guerra se peleó para otros y no para Chile. Los grandes capitales extranjeros han sacado cuentas felices al hacerse del negocio del salitre en las nuevas tierras chilenas y la gente vaga como hormigas en busca de un lugar que sea su oportunidad de salir de la pobreza.
Para colmo de males, se ha prohibido producir y vender el preciado licor de aguardiente, sacado del herbor de las uvas del lugar y bebido por ricos y pobres en la soledad y fria noche de invierno.
La población mayoritaria está en las calles buscando un empleo y siguen llegando afuerinos buscando lo mismo, por que en la ciudad es peor aún, el país está en crisis.
En las haciendas aledañas, se ha despedido gente para ser reemplazada por mano de obra de afuerinos más barata. Así comienza a producirse un curioso negocio de hospedaje. En las casas más modestas, los afuerinos que tienen dinero, pagan por alojarse en una casa de familia y son atendidos por las hijas adolescentes de la mejor manera posible, para que no se vayan tan importantes visitas, que proveen para la casa lo necesario para la modesta subsistencia de todos.
Los hombres en las calles caminan cabizbajo, avergonzados de alojar a un afuerino. Las mujeres sufren en secreto por el destino de sus hijas. Los jóvenes del pueblo, celosos y heridos, buscan la forma de aquietar su ira en la cantina y el comercio ilegal del aguardiente es una gigante bola de nieve.
La familia Zamorano sufre al ver a su gente así y convoca a una reunión urgente con las máximas autoridades. El cura opina que es el mismo diablo que ha llegado al pueblo, el alcalde sólo desea tranquilidad en las calles y nadie reclama por la dignidad perdida.
-esto va a escaparse de control señores
Alega don Francisco, hijo del recordado don Matías Zamorano y encargado de la hacienda más cercana.
-Esta era tierra de patrones e inquilinos... hoy es tierra de nadie. Algo debemos hacer.
Pero a nadie se le ocurre qué.
Hasta que un día triste de verano, luego de una confusa riña en el centro del pueblo, dos cuerpos quedan en nel piso flotando en un charco de sangre. Los hombres son afuerinos y nadie señala a los culpables.
Una semana después de tan lamentable hecho, aparecen en el pueblo ocho sujetos que nadie conoce, entran a la cantina, piden una botella de vino, la rompen en la cabeza de un extraño cualquiera y comienza la pelea. Cuatro muertos. Esta vez lugareños.
Coltauco llora las muertes, llora sus penas... nunca fue un paraíso, pero nunca se aproximó tanto al infierno. Las peleas a cuchilla, hombres con sus entrañas afuera y sangrantes, ebrios machacados, se volvió una costumbre y ya en este campestre sitio, la ley del más fuerte ha llegado.
1 comentario:
Es regla, que Coltauco, tiene que crecer. . . . como todo!!!!, el crecimiento implica, muchas veces perder codas. . . .y Coltauco, no es la excepción. . . pero seguro, que surgiran , historias increibles, y que refelejen , el espiritu de ese mágico pueblo.-
Muchos cariños
Anne
Publicar un comentario